por Soledad Arrieta en Zumbido
Nunca charlé con Mati. Para cuando supe de su existencia, ya un policía se la había arrancado. Le duró 19 años y un millón de sonrisas, como las que se ven en las fotos que exponen su adolescente rostro en cada reclamo.
Hoy vive en la fuerza de sus familiares, que lucharon estos 730 días con una valentía y un coraje inmensos.
Aprendí a abrazarlo después de que el policía asesino Héctor Méndez lo matara a balazos oficiales.
Me vinculé con él a través de su papá, de su mamá, de sus hermanas, de su tío.
Lo lloré, muchas veces, como si fuera un hermano o un amigo al que no pude despedir.
Escribí miles de palabras para él que jamás va a leer.
Soporté con rabia la humillación de la justicia cómplice que sigue burlándose de esa familia que todavía espera una respuesta final.
Lo extrañé.
Lo extraño, sin haberlo conocido.
El 22 de julio del 2012 me levanté y prendí la radio mientras ponía el agua a calentar para el mate, pero no pude tomarlo. Esa mañana, la realidad contaba que unas horas atrás un policía había llenado de plomo a un chico en el oeste, a Mati, que desde ese momento se metió en mi vida para quedarse.
Mati tenía 19 años y un millón de sonrisas.
Para muchos y muchas, Mati puede ser el chico de los carteles, de las noticias o un potencial pibe chorro.
Ya pasaron dos años de esa mañana helada, muchos pasos, muchos gritos, muchas lágrimas.
Y acá estamos.
Mirándonos a los ojos, peleando por esa historia que pudo haber sido, la de un joven creciendo.
Sumando relatos de vida clausurados por las mismas balas, del mismo Estado.
Haciendo torrecitas de nombres que se manchan de sangre.
Hiriéndonos la garganta porque el Nunca Más sea Nunca Más. Porque la policía deje de ser la dictadora de los barrios, la genocida del futuro.
Llorando nuevas edades que no llegan a avanzar, porque las cortan.
Clavándonos las uñas en las propias manos del dolor, por el dolor.
Y sonriendo, para que Mati no deje de sonreír.
Fuente: Zumbido
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